El modelo burocrático de organización ha sido el modelo
tradicional en el que se ha articulado la Administración pública, caracterizado
por una cultura basada en principios de racionalidad jurídica. Este modelo, que aún pervive, se encuentra
profundamente enfrentado con los principios y paradigmas que hoy guían la
moderna gestión, en un contexto crecientemente abierto, dinámico y variable,
marcado por la heterogeneidad, diversidad y complejidad de los desafíos a los
que se enfrentan las administraciones públicas. Resulta ajeno o no le interesa
al modelo burocrático los fundamentos de la motivación de las personas.
El principio de autoridad constituye el único medio de determinación y control
del esfuerzo, responsabilidades y resultados. Las decisiones se concentran en
los mandos superiores, que se distancian de la realidad. En base a la jerarquía
se construye la pirámide burocrática. En la actualidad, el principio de
jerarquía basada en la autoridad se encuentra muy enfrentado a la moderna
concepción del liderazgo organizacional. En el modelo burocrático todo está
reglado, no hay iniciativa, solo se puede hacer lo que es señalado en los
manuales de procedimientos y rutinas. El desarrollo exacerbado de las normas
hace que se altere el fin de la organización, que en lugar de ser el de obtener
resultados, parece ser el de la observancia estricta de las normas e
instrucciones que configuran los procedimientos. Este modelo es rigido para
adaptarse a los cambios. Se puede concluir
que en pleno siglo XXI la Administración burocrática no es el mejor modelo organizativo
para acometer el desafió de la eficacia y eficiencia, y no solo por que
subordina estos valores al principio de legalidad, sino, fundamentalmente, por
el hecho de que la mayoría de las características del modelo burocrático tratan
de dar respuesta a un contexto histórico distinto al que deben enfrentarse las
Administraciones Públicas en la actualidad.
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